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Empapados de arena; en busca de Ballenas

  • Foto del escritor: Gerardo Adame
    Gerardo Adame
  • 19 abr 2016
  • 6 Min. de lectura

En diciembre de 2015 estuve en La Paz, BC, con familia y amigos. Fue mi quinto viaje a La Paz, y la magia no se esfuma ni pierde intensidad. Cada viaje es único. Cada experiencia en el mar es diferente.

En esta ocasión teníamos todos ganas de ver al tiburón ballena, así que fuimos al muelle a buscar a un lanchero que nos pudiera llevar a buen precio. Un cuate al que le decían "Mike" nos terminó llevando. Paceño cuarentón de libro de texto: alivianado y buena onda. Tras vivir la sublime experiencia de nadar con tiburones ballena y un grupo de rayas, nos pusimos a platicar de animales. El mar de Cortés, según Costeau, es el acuario del mundo. Hay una diversidad total. Se pueden ver orcas, ballenas grises, jorobadas, azules; delfines de todo tipo; tiburones de cualquier especie, y todos los peces o mamíferos que se te ocurran. La cosa es que después de una conversación muy divertida y enriquecedora (como siempre con los lancheros), le pregunté a Mike dónde podía ver ballenas. Las ballenas son un sueño para mí. Literalmente sueño con ballenas. Y la simple posibilidad de verlas me emocionaba y me ponía nervioso. Esperé la respuesta de Mike lleno de esperanza. Había yo investigado previamente y sabía que la temporada de ballenas, jorobadas o grises, estaba por comenzar. El problema es que me quedaban 5 días en la región y por más que estuvieran a punto de llegar o que incluso se pudieran ver ya algunas, la probabilidad de avistamiento era baja.

Mike se rascó la barbilla, miró al horizonte, y después de unos segundos respondió:

-Pues mira... Por aquí no hay; no han llegado. Si acaso una o dos pero es muy difícil. Si de verdad quieres ver ballenas, tienes que ir al puerto Adolfo López Mateos. Está como a 3 horas pal' norte, del lado del Pacífico. Ahí sí..."

-¿Pero hay muchas Mike? O sea, si me echo el viaje, ¿me garantizas que veo ballenas?

-Sí. Si quieres ver ballenas ahorita, es ahí.

Con mucha ilusión, salimos el siguiente día para Adolfo López Mateos. No teníamos ningún tipo de información sobre el lugar más lo que nos había dicho Mike. La última indicación que nos dio fue que cuando llegáramos preguntáramos por "El Maestro". Nada más.

Llegamos a Adolfo López Mateos a las 11 de la mañana. Un pueblito en el desierto de Baja California, con calles de arena y casas de lámina con algunos tabiques a medio poner. Después de zigzaguear un rato por ahí, encontramos una zona que parecía turística; una explanada con puestitos con dibujos de ballenas. "Aquí es", dijimos, ilusos. Nos bajamos del coche. Caminamos por la explanada, que daba al mar, y no encontramos ningún signo de vida. No voló ni una gaviota. Podría jurar que vi rodar un matojo de paja a algunos metros de donde estábamos. Regresamos al coche para recorrer el muelle y buscar al Maestro o a quien sea. Llegamos a un extremo del muelle y nos encontramos con un pescador, quien nos señaló dónde estaba la casa del Maestro. Nos abrió la puerta su esposa y nos dijo que su marido regresaba hasta la noche.

Nos quedábamos sin opciones.

Regresamos al muelle y nos encontramos con otro pescador. El hombre estaba regresando del mar. Venía con cubetas llenas de pargos.

Fui a hablar con él.

-¿Ballenas? No, amigo... Todavía les falta para llegar. No es temporada. Un vecino vio una el otro día pero no han llegado.

Mientras platicábamos caminamos hacia su casa, donde dejó las cubetas con pescados. Conocí a su esposa y a su hijo, quien sacó una cámara vieja y me presumió fotos de atunes y dorados de 150 kilos que había pescado su papá.

-Pues ya estamos aquí. ¿Cuánto me cobras por ir a dar una vuelta? A ver qué encontramos. - le dije.

Emprendimos el viaje en lancha a la 1 de la tarde. Fue inolvidable. Adolfo López Mateos recibe muchas ballenas porque está a lado de un canal, donde el agua es más tranquila y las ballenas pueden dar a luz. El canal existe gracias a una especie de isla alargada y poco ancha que lo separa de las volubles aguas del Pacífico. Nosotros circulamos por ese canal. Vimos delfines y estuvimos con ellos un rato, luego vimos a un lobo marino que parecía perdido. Paco, el pescador, nos dijo que estaba ahí para morirse. Al parecer los lobos se separan de "la lobera" (la comunidad de lobos marinos) cuando saben que se van a morir. Cuando le conté después a mi prima, que es bióloga marina, nos dijo que no necesariamente estaba ahí para morirse; a veces los lobos marinos machos son desterrados y buscan nuevos rumbos. No sabemos con claridad por qué estaba tan solo este lobo, pero tenemos las sugerencias de un hombre que pasa su vida en el mar y de una experta en la materia.

El lobo descansaba en la isla alargada que separa al canal del Pacífico, así que nos acercamos. Paco encalló la lancha en la arena y bajamos a explorar. Baja California tiene en casi todo su espacio un ecosistema lleno de cactus y plantas con espinas. Se asoman algunos árboles, algo de vegetación, y el terreno es una combinación de arena y tierra. Pero en este caso era diferente. Para nuestra sorpresa, esta isla era puro desierto. Arena y dunas. Era además, una tierra casi virgen. Nuestras huellas en la arena mojada eran lo único que la alteraba. Era magnífico porque contrastaba el mar azul con la arena blanca. Una mezcla brutal de colores y texturas. Sentíamos que habíamos descubierto el lugar; que era nuestro, y que éramos suyos. Mi hermano rodaba por las dunas y corría a toda velocidad en diferentes direcciones, sin ningún fin más que el de correr simplemente; se desbordaba de felicidad.

Después de empaparnos de arena, regresamos a la lancha. Habíamos acordado con Paco que nos llevara a pescar por el canal. Nuestro capitán puso en marcha su embarcación y se dirigió hacia una zona que al parecer era buena para pescar. Ahí se encontró con otra lancha; en ella estaba su padre.

Acomodaron las lanchas yuxtapuestas y las amarraron. Daba la sensación de que el señor llevaba todo el día pescando. Nos prestaron unas cañas y unos hilos de nailon, y nos pusimos a pescar junto a ellos. Mientras esperábamos, el señor nos contó que de todos sus 8 hijos, solo Paco se quedó con él en el pueblo. Dieron las 4 de la tarde y nos preguntaron dónde íbamos a comer. Les dijimos que de regreso buscaríamos un restaurante, y nos dijeron que el más cercano estaba a 2 horas. Sin perder el tiempo y sin dudar, el señor nos invitó a comer a su casa, y propuso hacer a las brasas un pargo fresco de los que habían pescado en la mañana.

Fue el mejor pescado que he comido; y todos: Regina, Alex y Latapi, opinaron lo mismo. Tal vez estábamos muy hambrientos, o muy felices, o tal vez fue realmente un platillo excepcional; pero nos supo a gloria. Paco no pudo estar en la comida, pero estuvimos con su padre. Nos contó su historia, su rutina, y algunas anécdotas. Nos despedimos, agradecidos y satisfechos, y partimos de regreso a La Paz. Mientras salíamos del pueblo para tomar carretera, nos despidió un bello atardecer.

Dos días después de la fantástica experiencia en Adolfo López Mateos, fuimos en busca de ballenas a Los Cabos.

Vimos a dos jorobadas y las seguimos por un periodo de tiempo. Cada vez que sus lomos o su aleta caudal salían del agua, no lo podía creer. Uno puede ver todas las fotos de ballenas del mundo, pero ver una en vida real, supera las expectativas. Por más que sepas que son grandes, ver a un ser vivo de ese tamaño, te desconcierta y te asombra.

Después de unos minutos de ir detrás de las ballenas, éstas dejaron de salir a respirar por un rato. Mientras nos preguntábamos si volverían a salir y tratábamos de encontrar su silueta bajo el agua, de repente, el tiempo se detuvo. Salió del mar un titán majestuoso en un salto tan sutil como violento. Su cuerpo estaba completamente fuera del agua. Sus aletas blancas, su vientre rayado y su larga y enorme cabeza se sostuvieron en el aire. Como monstruo mágico y mitológico detuvo el tiempo para darle oportunidad a la memoria de los testigos de tomar una fotografía imborrable.

No pude emitir sonido alguno hasta que el animal regresó al agua. Una vez cumplido eso, empecé a gritar de emoción. Regina y el capitán de la lancha se reían de mí o conmigo. Estábamos todos, sin duda, muy emocionados.

Todavía no sé si fue un sueño.


 
 
 

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